Mantén la cabeza en… su lugar



Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna... Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder.  ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo.  ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella?… Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.  ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” 1ª Corintios 6:12-20

Hay quienes pierden la cabeza con la idea de que el Dios de la Biblia está en contra del sexo.  Pero Dios está a favor del sexo, no solamente por el buen sexo, sino por el mejor sexo y Él tiene un plan (He.13:4):  dos vírgenes se conocen, se enamoran, se casan, experimentan el sexo en su noche de bodas, y permanecen comprometidos el uno al otro por el resto de sus días, viviendo así un sexo puro, estimulante y libre. Ninguna enfermedad llega a la relación.  No hay comparaciones de relaciones sexuales anteriores.  No hay temor de un embarazo no deseado.  No hay lamentos o sentimientos de vergüenza. 
El sexo ha sido trivializado con toda la atención que ha recibido en nuestros días y ha perdido mucho del misterio que lo hace tan hermoso y especial.  El involucrarse en inmoralidad sexual es el usar nuestros cuerpos de una manera que deshonra a Dios; hemos de preguntar “¿Me es lícito?”  “¿Es benéfico?”  y “¿Lleva a una adicción esclavizante?”  Consideremos que las enfermedades transmitidas sexualmente, los embarazos no deseados, las profundas heridas emocionales y el divorcio son huellas que deja la inmoralidad; además, el fracaso para controlar la conducta sexual facilita el caer en pecado sexual la siguiente vez.
¡No perdamos la cabeza… y el cuerpo de pasito!  Las personas pueden permanecer castos por años, aún por toda su vida y estarán bien, física y emocionalmente.  Es insensato  pretender que necesitamos sexo para vivir o para ser felices.  ¡El cuerpo es para el Señor!  Cuando nos damos cuenta que el verdadero gozo no se encuentra en el sexo, sino en la relación con Dios a través de Jesús, vamos a ser mejores controlando nuestro apetito sexual.   
El pecado sexual es algo serio, pero no imperdonable.  Dios ofrece perdón gratuito a quien se vuelve a Jesucristo.  Cuidemos de no condenar a quienes Dios no condena y seamos  portadores del plan maravilloso de Dios no solamente a través de palabras, sino también por nuestro estilo de vida.  ¡Quien mantiene su castidad, mantiene  la Cabeza  en su lugar!

Hay que dar el primer paso



“El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará.
Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas.
Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno.” Eclesiastés 11:4-6

¿Qué pasa cuando llega el momento en que Dios nos muestra que debemos hacer algo especial para Él fuera de lo normal?  Nos volvemos en los evaluadores expertos, encontrando cada uno de los contras, pretextos o excusas para no hacerlo: nunca lo hemos hecho así, no contamos con los recursos necesarios, no nos sentimos capaces, no estamos seguros de que llegue a un buen fin y/o tenemos miedo a fracasar.   Nuestra tendencia al materialismo, al reconocimiento y nuestro temor ante la falla pueden evitar que demos ese paso por el Señor.  Pero debemos reconocer que, a través de la historia,  Dios ha usado personas imperfectas en situaciones imperfectas y en un mundo imperfecto para hacer Su perfecta voluntad.
Salomón nos enseña en Eclesiastés que si esperamos las condiciones perfectas jamás lograremos nada y que, en otras palabras, si esperamos en Dios Él obrará maravillas que no podremos prever porque no podemos ver lo que Él ve o saber lo que Él sabe. Si insistimos en querer tener todo resuelto antes de tomar acción, nunca conoceremos la emoción de vivir por fe guiados solamente por Su palabra y Su espíritu.  Lo que nos toca hacer es lo que podemos y a Él lo que no podemos.  ¡No dejemos de hacer lo que hoy está en nuestra mano hacer!
Se necesita fe y actitud  para reconocer a Dios.  Raramente  Dios ha presentado “retos” a sus hijos donde les haya tenido todo arreglado para que ellos no tuvieran de qué preocuparse.  Si fuera así, Pedro no hubiera pagado los impuestos  después de ir a buscar la moneda dentro de un pez, los discípulos no hubieran pescado tanto al echar la red a la derecha de la barca después de haberlo intentado toda la noche sin éxito alguno, ni la multitud se hubiese saciado con los 5 panes y 2 peces que un muchacho ofreció a Jesús… Tuvieron que haberle  escuchado, creído y actuado conforme a Sus instrucciones (Mt. 17:24-27; 14:15-21; Jn. 21:1-6).
Si hay proyectos que sabes que son de Dios y no has realizado por alguna razón, hoy debes arrepentirte y pedirle perdón y fe.  Pregunta al Señor para saber quién está esperando a quién; tal vez sea que el Señor esté esperando a que tú des el paso de fe que se  necesita dar en la situación para que las cosas comiencen a cambiar.   Cuando el Espíritu diga a tu corazón “Ahora es el tiempo”,  no esperes más, extiéndete, ve y tómalo.  No esperes las condiciones perfectas. Encomienda al Señor tu vida y tu camino,  obedece a Cristo y verás cómo lo que rindes ante Su presencia Él lo transforma para mostrar Su grandeza y Sus maravillas.

¿Te va bien?



“Hijo de hombre, cuando los israelitas habitaban en su propia tierra, ellos mismos la contaminaron con su conducta y sus acciones. Su conducta ante mí era semejante a la impureza de una mujer en sus días de menstruación.   Por eso… desaté mi furor contra ellos... Los juzgué según su conducta y sus acciones.  Pero… ellos profanaban mi santo nombre, pues se decía de ellos: "Son el pueblo del Señor, pero han tenido que abandonar su tierra." Así que tuve que defender mi santo nombre… por eso, adviértele al pueblo de Israel que así dice el Señor omnipotente: "Voy a actuar, pero no por ustedes sino por causa de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones por donde han ido. Daré a conocer la grandeza de mi santo nombre, el cual ha sido profanado entre las naciones, el mismo que ustedes han profanado entre ellas. Cuando dé a conocer mi santidad entre ustedes, las naciones sabrán que yo soy el Señor. Lo afirma el Señor omnipotente… Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías.  Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne.  Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes.  Vivirán en la tierra que les di a sus antepasados, y ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios. Los libraré de todas sus impurezas. Haré que tengan trigo en abundancia, y no permitiré que sufran hambre.   Multiplicaré el fruto de los árboles y las cosechas del campo, para que no sufran más entre las naciones el oprobio de pasar hambre.   Así se acordarán ustedes de su mala conducta y de sus acciones perversas, y sentirán vergüenza por sus propias iniquidades y prácticas detestables. Y quiero que sepan que esto no lo hago por consideración a ustedes. Lo afirma el Señor. ¡Oh, pueblo…, sientan vergüenza y confusión por su conducta!”.   (NVI Ezequiel 36:16-32)


El pasaje nos muestra lo que Dios hace para con nosotros, por amor de Su nombre aunque hagamos mal… ¿Por qué entonces creemos que siempre es porque obramos bien?  ¡Cuántas veces no hemos pensado de Dios equivocadamente al imaginárnoslo todos los días con su libreta de puntuaciones en la mano!  Pensamos que si hacemos bien, entonces nos va bien, y si hacemos mal, pues mal, condicionando la bendición de Dios a nuestras obras.  Y ¿cómo explicamos cuando a los “malos” les va “bien”?  Ciertamente Dios “hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5: 45).  Pero, ¿quién es bueno o justo?  “No hay justo… no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12).  Hacemos cosas buenas (para uno) que parecen malas (a otros) y, ¿somos castigados?
¡Qué vergüenza!  ¡Creemos mal!  Jesús nos dice “¿Cómo podéis creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”  (Jn 5:44).  No debemos recibir ni amar la gloria de los hombres (Jn. 5:41; 12:41-43); ¡debemos buscar la gloria de Dios!  Creemos mal al pensar que todas las cosas nos ayudan a nuestro bien; lo cierto es que cuando somos llamados conforme a Su propósito, todas las cosas ayudan a bien, punto (Ro. 8:28).
“Cuando tu Dios te haya introducido en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Él” (Dt. 6: 10-12).  ¡Te va a ir bien  porque quiere que le des la gloria!  ¡No te la quedes!  ¡Dásela a Él!… ¡Ámalo! 

Confiado como un pájaro


(Algunos de los ejemplos del siguiente "devocional" los saqué del primer capítulo del libro "Tu fe y tu dinero" de Loren Cunningham...¡te lo recomiendo!)
“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? … ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?   No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?   Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.  Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:25-34)  
Jesús usó a los pájaros para ejemplificar la manera en que tú y yo debemos enfrentar el asunto de las finanzas.  Él nos dijo que no deberíamos estar ansiosos por lo que comeremos o beberemos o por la ropa que necesitaremos.  De hecho, Él dijo que nuestras vidas deben de ser diferentes de los incrédulos que corren detrás de estas cosas.  ¿Tú cómo eres?  ¿Qué pasaría si perdieras tu trabajo mañana, o si tu negocio fuera a la quiebra, o tus inversiones se perdieran?  ¿Qué pasaría si Dios te llamara a regalar tu automóvil o darle todos tus ahorros a cierta persona?  ¿Podrías confiar en Él para el 100% de tus necesidades?
Existe el dicho de que “la fe es ciega”.  Pero, ¿exige la fe que pongas tu mente en blanco y te lances en el precipicio de una circunstancia imposible? ¡Para nada!  La fe no es un pensamiento ferviente, no está basada en querer tan intensamente  tus deseos egoístas que de algún modo tú obtienes “fe” y los consigues.  Ni tampoco es la concentración de tus  “poderes” mentales o espirituales para conseguir lo que quieres.  ¡Es una fuerte certeza en el carácter de Dios, sabiendo que aún si tú no ves la solución de tu problema, Dios sí la ve!
Vivir por la fe no es preguntarle a nuestras cuentas bancarias:  ‛¿Oh, Cuenta Bancaria, me permitirías hacer esto para el Señor?’  El miedo a la pobreza asecha la mente de aquéllos que no están dispuestos a dar como Dios da: medida buena, apretada y remecida  (Lc. 6:38).  Jesús dejó un ejemplo: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos… porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mr. 12:43-44).  No se nos dice qué le pasó a la viuda pero Aquél a quien ella le dio todo su sustento promete añadidura; recordemos otro pasaje donde también una viuda le dio al profeta Elías todo su sustento  “y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Dios había dicho” (1ª Re. 17:16) 
Entonces, ¿qué tanto estás dispuesto a confiar en Dios?  ¿Es lo mismo que lo que estás dispuesto a confiarle?   Piensa dos veces... Si quieres más de lo que Él te quiere dar, esto te traerá tristeza (Pr. 10:22) y no una vida despreocupada como la de las aves.

Amor a Prueba de Todo


“Sólo nos queda decir que si Dios está de nuestra parte, nadie podrá ponerse en contra nuestra. Dios no nos negó ni siquiera a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, así que también nos dará junto con él todas las cosas.  ¿Quién puede acusar de algo malo a los que Dios ha elegido? ¡Si Dios mismo los ha declarado inocentes! ¿Puede alguien castigarlos? ¡De ninguna manera, pues Jesucristo murió por ellos! Es más, Jesucristo resucitó, y ahora está a la derecha de Dios, rogando por nosotros.  ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte. Como dice la Biblia: ´Por ti nos enfrentamos a la muerte todo el día.  Somos como las ovejas que se llevan al matadero´.
 En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total.  Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los espíritus, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes del cielo, ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor Jesucristo!”  (BLS Romanos  8:31-39)

“Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende”, dice el autor del libro de Job (33:14).  Dime, ¿cuántas veces no nos ha hablado Dios del amor que siente por ti, por mí?  ¿Cuántas veces y cómo nos lo ha mostrado?  ¿Hemos agradecido cada una de sus muestras de amor?  ¡No! Nuestro entendimiento está entenebrecido, simplemente no podemos entender lo que Dios nos dice o nos revela. 
¿Cómo es esto?  Pues es porque hemos andado ajenos de la vida de Dios, andando en la vanidad de nuestra mente pensando que vivir por Él es equivalente a una vida de sacrificios y sufrimientos, que es por Él que tenemos problemas, hambre, desnudez, frío y todo lo que nos incomoda; por Él, en el sentido de echarle la culpa porque somos sus “mártires”,  porque nos quiere hacer sufrir porque somos pecadores.  Entendamos algo: ¡Cristo por amor llevó en la cruz lo que debería ser nuestro verdadero dolor y sufrimiento: estar separados de Dios!
Entonces entendemos que el amor de Dios se mostró porque no quiere que nadie esté separado de Él.  ¿Hemos decidido amarle como Él nos ama dándole todo por amor y entregándole la vida entera?   ¡Hoy es el día!  ¡Correspondamos a Su amor y seamos Sus instrumentos!  ¡Que nada nos importe más que lo que le importa a Él: permanecer unidos!  ¡Amemos a nuestros enemigos, bendigamos a los que nos maldicen, hagamos bien a los que nos aborrecen y oremos por los que nos ultrajan y persiguen!  ¡Podremos vencer las contrariedades porque confiamos en que saldremos victoriosos porque Él nos ama!
 
 

¿Viejo o nuevo?



“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra... (dando a) entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.  Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.” Hebreos 11:13-16

¿No se te hace funesta la actitud del pueblo de Israel después de que Dios los sacó de Egipto?  Todo el tiempo quejándose y demandando que se les complaciera.  Pero, ¿qué se podría esperar de ellos?  Tenían mentes de esclavo por tantos años de esclavitud: ninguno de ellos había nacido libre. Dios los liberó y les prometió una tierra nueva, pero ellos no la querían porque nada se podría comparar con Egipto.  No se daban cuenta que Dios había preparado otro lugar especialmente para ellos, pero éste no calificaba como “mejor” para ellos. 
Y cuando por fin vieron la tierra prometida les dio “complejo de langosta” (Nm. 13:32 y 33): veían a los demás y se comparaban con ellos;  en sus mentes esclavizadas no cabía el perfil de conquistadores (Nm. 14:3).  ¡No les alcanzaron las plagas, la apertura del mar y el maná para creerle a Dios! Dios renovaba su pasado, nada de lo viejo debería de permanecer. 
Dios quería que se vieran a sí mismos como conquistadores para que pudieran recibir la tierra prometida, pero ellos querían verse como los demás: estables, sin necesidad de nada… satisfechos y cómodos con su vida.  Ellos tenían que cambiar de actitud porque no sólo tenían los ojos para no ver, sino los  oídos para no oír y los puños cerrados para no recibir.    No apreciaron lo que vieron, lo que oyeron, ni lo que se les había dado, “y la ira de Dios se encendió contra Israel, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Dios” (Nm. 32:13). 
Esto no ha cambiado con el tiempo.  Aunque como tú tengo la promesa de una ciudad celestial, a veces me encuentro dando golpes de ahogado para alcanzar la estabilidad.  ¿Alcanzo satisfacción?  ¿Hallo comodidad?  Nada de eso.  Ni siquiera me siento “Eli”, no me siento libre, casi casi puedo sentir esas cadenas que me esclavizan mental y emocionalmente. 
Pero Dios quiere un pueblo libre que deje de andar esclavizado a la carne, a lo viejo, y así pueda estar en Él (Ro. 8:1; 2ª Co. 5:17) y entender lo que ha prometido: lo mejor, lo celestial, lo que uno sólo encuentra en Su presencia.  ¿Por qué ir tras lo que se corroe? “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:10),  Jesús vino para darnos vida en abundancia, ¡no abundancia! (Jn. 10:10).  Debemos cumplir con el perfil de vida que Él ha determinado para nosotros, apegarnos a Sus estándares y usarlos como punto de comparación cuando quiera saber cómo vamos.  En cuanto a mí, quiero complacerlo con mis decisiones y acciones para no llenarlo de quejas y demandas; no quiero que se avergüence de llamarse mi Dios.

¿Quién es el protagonista?



“Comieron, y se saciaron; Les cumplió, pues, su deseo… Con todo esto, pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas.  Por tanto, consumió sus días en vanidad,  y sus años en tribulación. Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya, y se acordaban de que Dios era su refugio, y el Dios Altísimo su redentor.
Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto.  Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; y apartó muchas veces su ira,  y no despertó todo su enojo.  Se acordó de que eran carne, soplo que va y no vuelve.  ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo!  Y volvían, y tentaban a Dios,  y provocaban al Santo de Israel.  No se acordaron de su mano, del día que los redimió de la angustia.”   Salmo78:29-42

El Salmo 78 es el pasaje que más me gusta para describir la fidelidad y la misericordia de Dios.  Ahí el salmista nos revela cómo a pesar de la infidelidad, ingratitud y rebeldía del pueblo de Dios, Él seguía mostrándose a ellos con amor y gran poder.  Los primeros versículos hablan de cómo Dios esperaba que Su pueblo le escuchara y que contaran a sus hijos, generación a generación, Sus alabanzas, y Su potencia, y las maravillas que hizo.  Esperaba que los padres fueran fieles y pusieran en Él su confianza, y así fueran ejemplo a las generaciones venideras.  Él debía llevar el papel protagónico en sus vidas.  Esa era Su voluntad, pero Su pueblo decidió ir tras los deseos de su propio corazón.
Y es que lo malo está en que cuando conocemos a Dios, Su perdón incondicional y Su misericordia que se renueva día tras día, y no nos negamos a nosotros mismos estamos a sólo un paso de quererlo usar como lámpara maravillosa.  Como Él lo ha dado todo para que nos acerquemos a Él, entonces nos aprovechamos y, como comúnmente se diría: “le tomamos no tan sólo el pie, sino también la mano”. Luego, les enseñamos a nuestros hijos y conocidos no sólo a hacerlo, sino a que deben hacerlo porque sólo así les va a ir mejor, van a ser sanados, van a ser prosperados.  Pero no se trata de eso, por favor, entendámoslo bien.
Si predicamos al mundo que Dios quiere pintar de rosa sus obscuras vidas, engañamos.  No se trata de ti o de mí, se trata de Él.  Todo lo que Él hace lo hace para Sí mismo, para Su gloria y por amor de Su nombre.  Él quiere llevarse los aplausos, Él quiere ser popular entre las naciones, quiere que todos le conozcamos… Él quiere ser nuestro Dios y que nosotros seamos Su pueblo.  Y si le place cumplirnos nuestros deseos o concedernos las peticiones de nuestro corazón, no olvidemos que lo hace porque le plació, y agradezcámosle de todo corazón. 
Así que examinemos nuestras vidas y consideremos si es el momento de cambiar los papeles…  Demos lo mejor de nosotros en el papel que el Autor nos designó, después de todo, ¡Él le dio el protagónico a Jesucristo para asegurarse de que la obra fuese un gran éxito!

¿Quién tiene tiempo?


Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu  nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.  Mateo 7:22 y 23

Por varios años he participado en varios congresos, seminarios, reuniones y eventos paraeclesiásticos.  Cada uno me brindaba un poco de importancia que me hacía sentir imprescindible.  Cada junta, plática o reunión en la que participaba para la organización de estos eventos me  daba la oportunidad de brillar, de lucirme, de mostrar de lo que estaba hecha.  Todavía recuerdo ver a la gente feliz de participar de “Su banquete” mientras yo corría por los pasillos para asegurarme que lo que seguía en el programa estuviese listo.  Yo pensaba que esto era servirle a Él porque servía para hacer públicas Sus maravillas o para dar a conocer Su nombre, y seguramente sí lo hacía, pero como puedes ver, muy profundo en mi corazón tenía otras intenciones.
Ahora me doy cuenta que puedo hacer muchas pero muchas cosas por Dios porque hay poder en el nombre de Jesús. ¡Sí!  Es un nombre que es sobre todo nombre y hace que se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra (Fi. 2:9 y 10).  También me doy cuenta que no soy yo las que las hace, porque si las hago en Su nombre, Él las hace.  Por supuesto que va a haber gloria, por supuesto que van a haber logros, pero por supuesto que van a haber milagros cuando haga las cosas por Su nombre, pero no por mí, sino porque el Señor me dijo que las haga y yo las hice en Su nombre.  Entonces, ¿qué es lo que he estado haciendo realmente?
“Hacedora de maldad” es como Él describe mi diario proceder.  Las 24 horas diarias que Dios me da cada día apenas me alcanzan para hacer lo que debo para mí, para mi esposo y familia.  Pero es el uso que yo dé a esas horas del que le voy a dar cuenta a Dios.  Él no lleva la cuenta de a cuántos congresos he ido porque él no quiere eventos, ni actividades ni mucho menos subirse a un escenario conmigo. ¡Debe haber una transformación en la manera que entiendo el buen uso del tiempo!  No debo llamarle “Señor, Señor” para presumirle lo que estoy haciendo, sino para, en una actitud disponible y dispuesta, escuchar y hacer lo que Él quiere. 
Y Él quiere conocerme.  Entonces cada día debo encontrar el tiempo en que estoy a mi 100% para dedicárselo a Él, no como parte de mi rutina diaria, sino como parte de Su agenda.  Tiempo de calidad.  Tiempo de intimidad.  Tiempo para conocerme.  Tiempo para que entienda lo que late en Su corazón…  Él desea compartir Sus sueños conmigo porque quiere que yo los haga realidad… en Su nombre.
“La mala noticia es que el tiempo vuela.
La buena es que usted es el piloto.”
-Michael Althsuler-

Esperar en Él


“Alma mía, en Dios solamente reposa, Porque de él es mi esperanza.
El solamente es mi roca y mi salvación. 
    Es mi refugio, no resbalaré.
En Dios está mi salvación y mi gloria; 
    En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.
Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; 
    Derramad delante de él vuestro corazón; 
    Dios es nuestro refugio.”
Salmo 62:5-8

A veces pienso que mi vida es como una sala de espera de un doctor donde estoy tratando de mantenerme tranquila porque por dentro estoy llena de preocupaciones, molestias y dolor.  Me llaman “paciente” cuando por dentro estoy desesperada por saber no tanto el diagnóstico sino el tratamiento médico que el doctor me va a prescribir.   Lo que realmente espero es que haya una pastillita que yo me pueda tomar para recuperarme cada vez que me enferme porque encuentro difícil dejar de hacer lo que me enfermó y hacer lo que el médico me señale. 
¡No puedo poner mi vida en pausa!  ¡Voy construyendo un avión en el aire!  ¡Necesito todo y rápido! Entonces no puedo esperar porque no he aprendido a esperar.  La desesperación llega cuando veo que no se va a dar lo que estoy esperando, cuando ni de chiste se están cumpliendo mis expectativas.  Además soy perfeccionista  y por lo tanto procrastino, es decir, espero el mejor momento y actitud para hacer las cosas y, como difícilmente se dan, termino haciendo nada.  Y si me enojo y con eso no sólo empiezo a arruinar mi vida, sino la de mi familia o los que están a mi alrededor en ese momento….
Pero siempre hay esperanza. ¡Bendito sea Dios que no me deja hundirme en la desesperación!  Él viene y suavemente me dice: “Mírame”.  Y, ciertamente, sólo basta desviar mi mirada un segundo hacia Él para que todo cambie.  Es como si  en el momento se me presentara un camino tenebroso y obscuro y otro resplandeciente y alegre, ¿cuál crees que elijo?  Y cuando empiezo a caminar por ahí veo como todo empieza a cambiar, empezando por ese sentimiento de opresión en mis entrañas.  Ya no estoy tensa y hay claridad en mis pensamientos; siento que me puedo tomar unos minutos para orar, pensar, pedir perdón  y planear un mejor camino.  Entonces puedo escucharlo y saber que Él está conmigo.  Yo sólo tengo que hacer lo natural para que Él obre lo sobrenatural. Luego le dejo los resultados a Él, porque en ese momento me olvido de mi “avión”… sólo quiero seguir en Su presencia, sólo quiero estar con Él y recibir lo que Él ha preparado para mí.
Y por eso cada día me levanto con la intención de estar en esa sala de espera negándome a mí misma y muriendo para que Su Espíritu me vivifique y sea Él el que construya mi vida.  No debo desear lo que el mundo me ofrece en ese momento, debo saber esperar porque voy a recibir algo mejor; tengo la promesa. 

¡Sonríe Dios! ¡Te amo!


No se deleita en la fuerza del caballo, 
Ni se complace en la agilidad del hombre.
Se complace Jehová en los que le temen, 
Y en los que esperan en su misericordia.
Salmo 147:10 y 11

No sé cómo ni cuándo, pero recuerdo haberme dado cuenta de que complacer a otros me quitaba de muchos problemas… Y eso justamente es lo que decidí hacer desde pequeña.  Cuando mis dos hermanas querían ir junto a las ventanas de la parte trasera del auto, yo me iba en medio.  Cuando me daban a escoger entre algunas cosas, me ponía en último lugar para quedarme con lo que nadie más quería.  No miento, pocas veces luché por cosas que yo consideraba vanas. Pero luego me di cuenta que luchaba por las que a Dios le parecían vanas 
¿Tener más amigos?  ¿Recibir más favores?  ¿Tener menos problemas?  ¿Ser feliz?  Todo esto es bueno, pero no permanece; hay que esforzarse para que perdure.  Tenemos que ceder lo que nos gusta o deseamos para acceder a lo que otros desean y  pueda serle útil o agradable.  ¡Nada fácil! Especialmente cuando somos tan cambiantes o en ocasiones hasta volubles.  Y todos nos esforzamos y nos volvemos ágiles, pero con el tiempo nuestra fuerza mengua, nos cansamos y nos volvemos torpes, y muy tarde nos llegamos a dar cuenta que nos la pasamos “dando golpes al aire”.
Entonces, ¿por qué me olvido de complacer a quien realmente vale la pena?  Dios realmente se lo merece; Él es digno porque su amor es incondicional.  Nada hará cambiar el gran amor que me tiene.  Hasta la fecha me he equivocado millones de veces y siempre me ha perdonado y corregido; sé que no importe cuantas veces más le falle, siempre estará dispuesto a perdonarme.  Tampoco he sido muy buena administradora y no siempre he hecho lo que debo con mis bienes, pero aún así Él siempre me ha provisto para mis necesidades, para ayudarme a saldar mis deudas, para ayudar a otros, y hasta para esos gustos que me he querido dar.  Él siempre ha estado conmigo en todo momento.  Es verdad que me ha sido más fácil notar su presencia cuando en problemas o en apuros todos los demás me han dado la espalda, pero siempre ha estado conmigo, en alegrías y tristezas, pobrezas y riquezas… ¡en todo momento! 
Así que complazcámosle por lo que Él es y porque  a pesar de lo que hagamos o no, Él es inmutable; no habrá nada que le haga dejarnos de amar, perdonar, proveer, proteger...  De hecho, Él por amarnos lo ha dado todo para que tú y yo tengamos confianza en Él, decidamos acercarnos y tomar de Él para agradarle.  ¡No hay ningún precio que pagar!  Por lo tanto hagámoslo también como Él se lo merece: cada día, con el corazón en la mano, y llenos de amor y dispuestos a hacer lo que Él quiere.  Busquemos dibujar una sonrisa en el rostro de nuestro Padre.  Logremos que se escuche una vez más en Su voz “Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2ª  Pe. 1:17).

Si tuviera fe

Si tuviera fe

Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre.  Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos.  Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos… Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces.  Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.  Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.   Marcos 11:12-14,20-22
 A este pasaje lo conocía como el de “La Higuera Estéril”, pero un día me di cuenta que este es un título equivocado; Jesús buscó en la higuera cuando “no era tiempo de higos” y al no hallar en ella lo que buscaba, la maldijo.  ¡Híjole!  ¡¿Qué podía decir!?  Sonaba injusto, pero imposible, ¡fue Jesús el que buscó higos cuando no era tiempo de higos! 
Entonces tuve que aprender lo que verdaderamente significa tener fe.  Tuve que, de la higuera, aprender la parábola de Jesús (Mr. 11:28-37): Velar para que cuando venga mi Señor, en el día que no espero, y a la hora que no sé,  no me halle durmiendo sino me halle preparada (Lc 12:46-47).
 Ahora bien, eso de velar no se trata de otra cosa más que de esforzarse, es decir, de  hacer empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades con el fin de agradar a Dios y a nadie más.  No se trata de usar la fe para las dificultades personales: “Por fe declara tal y tal cosa y te será hecho”  La fe no es la lámpara maravillosa.
 Entonces, ¿qué es la fe?  Yo firmemente creo que no es  el versículo 1 de Hebreos 11, sino el 6 el que mejor la describe: Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”  Es decir, la fe es aquello que me permite agradar a Dios y esperar algo mejor que ni si quiera se me ha ocurrido (He 11:16; 1ª Co. 2:9) y no necesariamente lo que creo que Dios me ha prometido (He. 11:39-40).  Fijémonos bien en el versículo 6, ahí no se menciona nada mas que un galardón, es decir, un premio, un trofeo o, para escucharme más bíblica, una corona…
 Entonces la fe no es lo que me saca de mis apuros personales, sino lo que me insta a hallar tiempo en mi agenda, dinero en mi monedero, y qué compartir en mi clóset o alacena, por mencionar algunos ejemplos.  Más me vale no decir “no tengo” (Mt. 25:29) porque lo que sí tenga me va a ser quitado (¡no más mira lo que le pasó a la higuera!).  Entonces tengo que prepararme, tengo que velar para escuchar lo que Dios quiere para entonces declararlo por fe (Ro. 10:17), porque voy a hacer Su voluntad y así agradarle , y que -a cambio- solamente puedo esperar recibir lo que Él me quiera dar.  Creer que si Dios gana, ganamos muchos.  Es así, y sólo así que cada vez que venga a mí voy a estar preparada… voy a tener “higos” que darle aunque no sea tiempo de “higos”.

¿Cómo cuál Árbol?

"Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.  Porque será como el árbol plantado junto a las aguas,(A) que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto."  – Jeremías 17:5-8



Algo de la creación que continuamente hace maravillarme de la grandeza de Dios es la variedad de árboles, diferentes en forma, en uso y hasta en su término. En este pasaje el profeta hace un contraste.  Si vemos superficialmente nos damos cuenta que uno de los árboles todo el tiempo tiene sed y pasa por fuertes calores mientras el otro parece que no.  ¿Qué? ¿Uno tuvo más suerte o más oportunidades que el otro?    Si vemos a profundidad nos damos cuenta que ambos pasan por calores y ambos tienen sed, es decir, los dos corren con la misma suerte y tienen las mismas oportunidades; la diferencia la hace el lugar donde cada uno echó sus raíces: uno las echó en el desierto, mientras el otro las echó junto a las aguas. 
 El profeta compara al árbol que está en el desierto con el hombre que confía en el hombre: “no verá cuando viene el bien” y morará en “tierra deshabitada y despoblada”.  Es como cuando espero que Fulano pague el trabajo de mi esposo a tiempo, que Mengano cumpla su palabra, y que Perengano no se olvide el bien que le hice para poder estar tranquila y confiada. Y cuando Fulano, Mengano o Perengano fallan, porque como hombres llegan a fallar, entonces decido confiar en Dios porque Él nunca falla; un poco tarde ¿no crees? … Pero como decidí usar mis recursos y no los de Él, no aproveché el tiempo y el bien pasó sin ni si quiera verlo venir.  ¡Todo por echar mis raíces donde no debía!  Lo malo es que luego es como empezar de nuevo pero con menos…
 Pero puedo poner mi confianza en Dios desde el principio, es decir, tengo la opción de recibir lo que Él me quiera dar convencida de que lo que Él decida, en tiempo y en forma, siempre va a ser lo mejor para mí.  Tengo que desaprender a confiar en el hombre para aprender a vivir confiada en Dios, es decir, sin conocer o conjeturar por algunas señales o indicios lo que ha de suceder  y sin disponer o preparar medios contra futuras contingencias.  Tengo que estar en Cristo, estar como el árbol que está plantado junto a las aguas que no ve cuando viene el calor, siempre está verde, y no se fatiga ni deja de dar fruto.
Decidamos echar nuestras raíces en Dios, alimentarnos de lo que  Él nos quiera dar, pasar por las situaciones por las que Él y como Él quiera que pasemos, en fin, terminar cada día solamente como Él quiere que lo terminemos.  Decidamos  y actuemos para no terminar como la retama del desierto, que en el mejor de los casos termina siendo combustible para hornear pan.