“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra... (dando a) entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.” Hebreos 11:13-16
¿No se te hace funesta la actitud del pueblo de Israel después de que Dios los sacó de Egipto? Todo el tiempo quejándose y demandando que se les complaciera. Pero, ¿qué se podría esperar de ellos? Tenían mentes de esclavo por tantos años de esclavitud: ninguno de ellos había nacido libre. Dios los liberó y les prometió una tierra nueva, pero ellos no la querían porque nada se podría comparar con Egipto. No se daban cuenta que Dios había preparado otro lugar especialmente para ellos, pero éste no calificaba como “mejor” para ellos.
Y cuando por fin vieron la tierra prometida les dio “complejo de langosta” (Nm. 13:32 y 33): veían a los demás y se comparaban con ellos; en sus mentes esclavizadas no cabía el perfil de conquistadores (Nm. 14:3). ¡No les alcanzaron las plagas, la apertura del mar y el maná para creerle a Dios! Dios renovaba su pasado, nada de lo viejo debería de permanecer.
Dios quería que se vieran a sí mismos como conquistadores para que pudieran recibir la tierra prometida, pero ellos querían verse como los demás: estables, sin necesidad de nada… satisfechos y cómodos con su vida. Ellos tenían que cambiar de actitud porque no sólo tenían los ojos para no ver, sino los oídos para no oír y los puños cerrados para no recibir. No apreciaron lo que vieron, lo que oyeron, ni lo que se les había dado, “y la ira de Dios se encendió contra Israel, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Dios” (Nm. 32:13).
Esto no ha cambiado con el tiempo. Aunque como tú tengo la promesa de una ciudad celestial, a veces me encuentro dando golpes de ahogado para alcanzar la estabilidad. ¿Alcanzo satisfacción? ¿Hallo comodidad? Nada de eso. Ni siquiera me siento “Eli”, no me siento libre, casi casi puedo sentir esas cadenas que me esclavizan mental y emocionalmente.
Pero Dios quiere un pueblo libre que deje de andar esclavizado a la carne, a lo viejo, y así pueda estar en Él (Ro. 8:1; 2ª Co. 5:17) y entender lo que ha prometido: lo mejor, lo celestial, lo que uno sólo encuentra en Su presencia. ¿Por qué ir tras lo que se corroe? “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:10), Jesús vino para darnos vida en abundancia, ¡no abundancia! (Jn. 10:10). Debemos cumplir con el perfil de vida que Él ha determinado para nosotros, apegarnos a Sus estándares y usarlos como punto de comparación cuando quiera saber cómo vamos. En cuanto a mí, quiero complacerlo con mis decisiones y acciones para no llenarlo de quejas y demandas; no quiero que se avergüence de llamarse mi Dios.
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