¡Sonríe Dios! ¡Te amo!


No se deleita en la fuerza del caballo, 
Ni se complace en la agilidad del hombre.
Se complace Jehová en los que le temen, 
Y en los que esperan en su misericordia.
Salmo 147:10 y 11

No sé cómo ni cuándo, pero recuerdo haberme dado cuenta de que complacer a otros me quitaba de muchos problemas… Y eso justamente es lo que decidí hacer desde pequeña.  Cuando mis dos hermanas querían ir junto a las ventanas de la parte trasera del auto, yo me iba en medio.  Cuando me daban a escoger entre algunas cosas, me ponía en último lugar para quedarme con lo que nadie más quería.  No miento, pocas veces luché por cosas que yo consideraba vanas. Pero luego me di cuenta que luchaba por las que a Dios le parecían vanas 
¿Tener más amigos?  ¿Recibir más favores?  ¿Tener menos problemas?  ¿Ser feliz?  Todo esto es bueno, pero no permanece; hay que esforzarse para que perdure.  Tenemos que ceder lo que nos gusta o deseamos para acceder a lo que otros desean y  pueda serle útil o agradable.  ¡Nada fácil! Especialmente cuando somos tan cambiantes o en ocasiones hasta volubles.  Y todos nos esforzamos y nos volvemos ágiles, pero con el tiempo nuestra fuerza mengua, nos cansamos y nos volvemos torpes, y muy tarde nos llegamos a dar cuenta que nos la pasamos “dando golpes al aire”.
Entonces, ¿por qué me olvido de complacer a quien realmente vale la pena?  Dios realmente se lo merece; Él es digno porque su amor es incondicional.  Nada hará cambiar el gran amor que me tiene.  Hasta la fecha me he equivocado millones de veces y siempre me ha perdonado y corregido; sé que no importe cuantas veces más le falle, siempre estará dispuesto a perdonarme.  Tampoco he sido muy buena administradora y no siempre he hecho lo que debo con mis bienes, pero aún así Él siempre me ha provisto para mis necesidades, para ayudarme a saldar mis deudas, para ayudar a otros, y hasta para esos gustos que me he querido dar.  Él siempre ha estado conmigo en todo momento.  Es verdad que me ha sido más fácil notar su presencia cuando en problemas o en apuros todos los demás me han dado la espalda, pero siempre ha estado conmigo, en alegrías y tristezas, pobrezas y riquezas… ¡en todo momento! 
Así que complazcámosle por lo que Él es y porque  a pesar de lo que hagamos o no, Él es inmutable; no habrá nada que le haga dejarnos de amar, perdonar, proveer, proteger...  De hecho, Él por amarnos lo ha dado todo para que tú y yo tengamos confianza en Él, decidamos acercarnos y tomar de Él para agradarle.  ¡No hay ningún precio que pagar!  Por lo tanto hagámoslo también como Él se lo merece: cada día, con el corazón en la mano, y llenos de amor y dispuestos a hacer lo que Él quiere.  Busquemos dibujar una sonrisa en el rostro de nuestro Padre.  Logremos que se escuche una vez más en Su voz “Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2ª  Pe. 1:17).

No hay comentarios:

Publicar un comentario