“Comieron, y se saciaron; Les cumplió, pues, su deseo… Con todo esto, pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas. Por tanto, consumió sus días en vanidad, y sus años en tribulación. Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya, y se acordaban de que Dios era su refugio, y el Dios Altísimo su redentor.
Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; y apartó muchas veces su ira, y no despertó todo su enojo. Se acordó de que eran carne, soplo que va y no vuelve. ¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel. No se acordaron de su mano, del día que los redimió de la angustia.” Salmo78:29-42
El Salmo 78 es el pasaje que más me gusta para describir la fidelidad y la misericordia de Dios. Ahí el salmista nos revela cómo a pesar de la infidelidad, ingratitud y rebeldía del pueblo de Dios, Él seguía mostrándose a ellos con amor y gran poder. Los primeros versículos hablan de cómo Dios esperaba que Su pueblo le escuchara y que contaran a sus hijos, generación a generación, Sus alabanzas, y Su potencia, y las maravillas que hizo. Esperaba que los padres fueran fieles y pusieran en Él su confianza, y así fueran ejemplo a las generaciones venideras. Él debía llevar el papel protagónico en sus vidas. Esa era Su voluntad, pero Su pueblo decidió ir tras los deseos de su propio corazón.
Y es que lo malo está en que cuando conocemos a Dios, Su perdón incondicional y Su misericordia que se renueva día tras día, y no nos negamos a nosotros mismos estamos a sólo un paso de quererlo usar como lámpara maravillosa. Como Él lo ha dado todo para que nos acerquemos a Él, entonces nos aprovechamos y, como comúnmente se diría: “le tomamos no tan sólo el pie, sino también la mano”. Luego, les enseñamos a nuestros hijos y conocidos no sólo a hacerlo, sino a que deben hacerlo porque sólo así les va a ir mejor, van a ser sanados, van a ser prosperados. Pero no se trata de eso, por favor, entendámoslo bien.
Si predicamos al mundo que Dios quiere pintar de rosa sus obscuras vidas, engañamos. No se trata de ti o de mí, se trata de Él. Todo lo que Él hace lo hace para Sí mismo, para Su gloria y por amor de Su nombre. Él quiere llevarse los aplausos, Él quiere ser popular entre las naciones, quiere que todos le conozcamos… Él quiere ser nuestro Dios y que nosotros seamos Su pueblo. Y si le place cumplirnos nuestros deseos o concedernos las peticiones de nuestro corazón, no olvidemos que lo hace porque le plació, y agradezcámosle de todo corazón.
Así que examinemos nuestras vidas y consideremos si es el momento de cambiar los papeles… Demos lo mejor de nosotros en el papel que el Autor nos designó, después de todo, ¡Él le dio el protagónico a Jesucristo para asegurarse de que la obra fuese un gran éxito!
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